Cuando la vida en Gaza vale menos que una lata de alubias: “Si tu hijo tiene hambre, ¿qué opciones tienes?”

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Cuando la vida en Gaza vale menos que una lata de alubias: “Si tu hijo tiene hambre, ¿qué opciones tienes?”

Cuando la vida en Gaza vale menos que una lata de alubias: “Si tu hijo tiene hambre, ¿qué opciones tienes?”

Poco después del amanecer, Ayman Abdel Bari sale de su tienda de campaña en Al Mawasi, la zona costera en el sur de Gaza que es actualmente el refugio de decenas de miles de personas que huyen de la guerra. Monta en su maltrecha bicicleta y pedalea hacia el centro de la ciudad de Jan Yunis, un área declarada “roja” por el ejército israelí, es decir, una zona de combate de la que se ha ordenado la evacuación de los civiles.

Él sabe que cruzar esa frontera invisible podría costarle la vida. Pero el hambre no puede esperar a un alto el fuego y Bari, de 37 años, vuelve a lo que queda de su casa para recuperar las latas de alubias y lentejas que tuvo que dejar atrás cuando él y su familia huyeron prácticamente con lo puesto hace casi dos semanas.

Antes de adentrarse en las calles destruidas de la ciudad de Jan Yunis, se detiene un momento entre la arena y los escombros y recita la shahada, una de las profesiones de fe más usadas por los musulmanes, que también la pronuncian cuando sienten la muerte cerca. Acto seguido, reanuda el paso.

“Es como caminar en una pesadilla”, cuenta a este diario, que le acompaña durante una parte de este peligroso viaje. Los drones de vigilancia israelíes zumban a baja altura, el sonido de las explosiones resuena en las calles desiertas, sin voces y sin pasos, en las que solo se escucha el gemido de los hierros estrujados y deformados por las bombas que ahora son golpeados por el viento. “Una ciudad fantasma”, resume Bari sobre su incursión. “Seguí repitiendo la shahada, esperando ser alcanzado por un misil en cualquier momento”, agrega.

La comida que dejé atrás puede ser lo único que mantenga a mis hijos vivos durante unos días más

Ayman Abdel Bari, padre palestino

Su casa, ahora reducida a escombros, se encuentra a unos cinco kilómetros de Jan Yunis. Este hombre conoce las calles de memoria, aunque ahora sean montañas de escombros, y avanza con decisión. “No tengo otra opción”, explica.

“El próximo podría ser yo”

Los más de dos millones de habitantes de Gaza tienen hambre y medio millón de personas estarán en situación catastrófica, es decir correrán riesgo de morir o sufrirán secuelas irreversibles debido a la falta de alimentos, si Israel no permite que entre en la Franja la ayuda humanitaria necesaria, algo que por ahora está lejos de ocurrir.

Después de más de dos meses de asedio total, donde Israel no dejó que llegaran a Gaza alimentos, combustible o medicinas, la ayuda humanitaria ha comenzado a entrar a cuentagotas, gracias sobre todo a la presión internacional. Desde finales de mayo, la entidad privada Fundación Humanitaria de Gaza, impulsada por Israel y Estados Unidos, también reparte alimentos en la Franja, pero el sistema ha sido caótico, insuficiente y en los centros de distribución han muerto tiroteadas un centenar de personas en pocos días.

Bari se refugia agachado en los portales de los edificios abandonados cada vez que el sonido de los drones se acerca demasiado. Explica que en una incursión anterior, vio lo que quedaba de un hombre que había sido tomado por blanco. “El próximo podría ser yo, pero mis hijos están muriéndose de hambre”, dice.

Padre de cuatro niños de entre dos y nueve años, Bari ha estado sin trabajo desde que comenzó la guerra, en octubre de 2023, y ha sobrevivido gracias a la caridad de amigos y vecinos y a la ayuda humanitaria que llega de vez en cuando, sobre todo durante la tregua que estuvo en vigor casi dos meses, hasta mediados de marzo. Pero aquellos alimentos se terminaron hace tiempo.

“Ya no puedo pagar la harina, que cuesta más de 20 dólares (17,4 euros) el kilo. Hemos estado hirviendo hierbas”, dice. “La comida que dejé atrás puede ser lo único que mantenga a mis hijos vivos durante unos días más”, agrega.

Ese día, Bari encontró algo más que latas de comida entre los escombros: algunos utensilios de cocina, una manta, una jarra de agua... Suficiente para seguir adelante unos días. Tres horas después regresó a Al Mawasi y suspiró, aliviado. “Empecé a respirar de nuevo cuando vi a la gente en la calle”, dice, exhausto, cubierto de polvo y todavía con las manos temblorosas.

Cada vez son más los palestinos desplazados que arriesgan sus vidas para recuperar alimentos, mantas y pertenencias básicas de sus hogares situados en zonas consideradas demasiado peligrosas para ser habitadas. Los ataques del Ejército israelí sobre Gaza duran ya 20 meses y han causado la muerte de al menos 55.000 palestinos, según cifras del Ministerio de Salud de la Franja, controlado por el movimiento islamista Hamás, que la ONU toma como referencia. Si bien algunas partes de la Franja están tan destruidas que es prácticamente imposible adentrarse en ellas, hay otras en las que hay explosiones intermitentes y los drones patrullan el cielo, pero aún se puede pasar desapercibido.

Quien escribe este reportaje también hizo dos viajes a estas zonas “rojas”, uno al poco de huir, cuando todavía quedaban algunas personas en estas zonas, y otro cuando las calles ya estaban desiertas.

Según el líder comunitario gazatí, Mohammed Omar, las motivaciones de estas incursiones varían. “Algunos regresan para recuperar comida, ropa, documentos o medicinas. Otros quieren tomar fotos de sus casas antes de que sean destruidas, para guardar un recuerdo. Y algunos temen que sus casas sean saqueadas y quieren proteger lo que queda”, resume.

Las organizaciones comunitarias advierten de los grandes peligros e instan a la gente a que no se adentre en estas áreas, pero la desesperación es más fuerte que el miedo. “La gente conoce los riesgos. Pero cuando tu hijo tiene hambre, ¿qué opciones tienes?”, dice Omar.

Ayman Abdel Bari (derecha) regresa de las ruinas de su casa en Jan Yunis tras haber conseguido varias latas de comida y enseres con los que sobrevivir algunos días más en su campo de desplazados.
Ayman Abdel Bari (derecha) regresa de las ruinas de su casa en Jan Yunis tras haber conseguido varias latas de comida y enseres con los que sobrevivir algunos días más en su campo de desplazados.Mohamed Solaimane
Por dos kilos de verduras frescas

En los últimos 10 días, Masud al Yamani ha regresado dos veces a su casa, en el oeste de Jan Yunis, para regar y recoger lo poco que queda en la huerta que puso en la azotea: tres macetas de mulujía, una planta de la familia del yute muy usada en la cocina palestina, pimientos y berenjenas. La última vez, logró traer a Al Mawasi unos dos kilos de verduras frescas, un lujo raro en los tiempos actuales en Gaza.

Al Yamani tiene 40 años y también es padre de cuatro hijos. El menor de ellos solo tiene tres años. Su casa fue parcialmente destruida, pero durante la tregua de principios de año la rehabilitó, aunque no tuvo otra opción que huir hace algunos días, cuando el ejército israelí anunció una operación militar de gran envergadura en esa zona.

“Sé que podría morir aquí porque los ataques aéreos israelíes son constantes. Pero, ¿qué puedo hacer? Mis hijos tienen hambre y yo planté esa comida con mis propias manos”, explica.

Al Yamani no está solo, ha venido con varios familiares que también buscan comida, ropa, leña, documentos o recuerdos en lo que queda de sus casas. “Cuando escucho los drones sobre mi cabeza o una explosión cerca, me quedo como congelado. A veces el dron se acerca tanto que creo que me está mirando”, explica.

Te sientes completamente solo, como si la muerte estuviera siguiendo cada uno de tus pasos

Masud Al Yamani, padre de familia de Gaza

El grupo acuerda una hora de regreso y se mantiene siempre en contacto por teléfono. “Si alguien deja de responder, pensamos en lo peor”, explica este padre de familia. “Yo ya he hablado con mi esposa, le he dicho en quién puede apoyarse y seguir adelante si yo no estoy”, agrega.

Omar, el activista comunitario, estima que decenas de personas han muerto o han resultado heridas al intentar regresar a sus hogares en zonas rojas. “Las ambulancias no pueden llegar a ellos. Las familias tienen que recuperar los cuerpos por sí mismas, en bicicletas, carros tirados por burros o lo que sea que puedan encontrar. Algunos lo consiguen. Otros no”.

Al Yamani explica que cinco parientes han perdido la vida en estas arriesgadas incursiones. Solo pudieron recuperar dos cadáveres, los otros tres están en lugares demasiado peligrosos. Para él, el momento más aterrador es cuando el cielo se queda silencioso, sin drones, lo que indica un ataque inminente. “Te sientes completamente solo, como si la muerte estuviera siguiendo cada uno de tus pasos”, concluye.

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